Venezuela distópica

Días atrás, leí la noticia sobre un profesional que fue hallado muerto, pues le  habían  atracado para robarle su celular,  aprovechando también los delincuentes para quitarle la bolsa de comida que cargaba en la mano.
Mi visión propia  de aquel hombre asesinado, tirado en el pavimento,  con un celular de última generación en una mano, y una bolsa con pan, mantequilla y queso en la otra, hizo impacto en mí.


Imaginar esa escena me hizo pensar en las varias obras  distópicas que conozco: Terminator, El Planeta de los Simios, Matrix, Los Juegos del Hambre, Divergente, Mad Max, etc. 

Sociedades que llegaron a un estado tal de abusos entre sus pobladores o de descuido de sus formas de vida, que terminaron convertidas en lugares invivibles, caóticos, conforme a la concepción de sociedad  actual que tenemos: Grupo humano perfectamente organizado, con un sistema bien engranado, funcionando que tiene la posibilidad real de mejorarse. De este tipo de obras, decimos que son ciencia ficción y les explicamos a los niños que eso no es verdad, que nunca sucederá y que solo es película, producto de la mente de sus creadores.
 (https://es.wikipedia.org/wiki/Distop%C3%AD)...

Estas historias de cine pueden producir en el espectador al menos dos efectos individualmente coherentes con una mente sana, pero diferentes entre si.
Por una parte, debido a que varios de sus elementos coinciden con la vida cotidiana, nos hacen reflexionar, ubicándonos en la posibilidad de que eso que  vemos  termine inevitablemente sucediendo; a pesar de que en ellas mismas  se asome la forma de evitarlo,  que inconscientemente puede  pasar por alto quien lo observa, mientras todo se desarrolla hacia situaciones inimaginables.  
Por la otra, como si tuviéramos un manual de instrucciones interno, terminamos repitiéndonos, igual que  a los niños,  como para no aturdir aun más nuestra atormentada existencia:   que va! eso no existe, eso es ciencia ficción.



Es así como en Venezuela, uno de los países mas violentos del planeta, una escena como la descrita al inicio solo es parte de nuestro paisaje diario. Ser atracado es a la vez ser uno más en la ciudad. Así que  la única ficción que puede tener es que tanto el celular como la bolsa de comida siguieran en el pavimento, al lado de la victima, pues el objetivo del delincuente rara vez fracasa.

Hemos coincido en pensar en estas obras cinematográficas y en algunas otras literarias, como la famosa 1984 de George Orwell, cuando presenciamos el horror por la falta de electricidad y de agua potable, aunado a la posibilidad de infectarnos por animales que comúnmente viven entre  las cloacas y que producto de esa escasez, salen   a buscar alimentos a la superficie. Sin poder contar además con la más elemental respuesta a una emergencia, por mínima que sea, por el casi inexistente servicio de salud. A lo que habría que sumar el combate constante que con electricidad y agua o sin ellas, libramos a diario con los malandros.

Lo que resalto de estas obras, así como en nuestra actual experiencia es el contraste entre lo primitivo y los avances de la humanidad en materia tecnológica, (aun cuando en Venezuela, por ejemplo el servicio de internet se encuentre en estado de suspensión o retraso ). Entre la información que poseemos, la que somos capaces de manejar o buscar  y la imposibilidad de controlar u obtener lo más elemental para vivir y disfrutar de servicios públicos, que siguen en manos del fallido estado.

Es la barbarie en su más grotesca expresión, es encontrarse en un mundo virtual en el que se vive a la fuerza una irrealidad, un espejismo de oasis, que te hace sentir empoderado mientras funciona lo que creemos es lo esencial y miserable con solo un clik gubernamental. Es el hombre pequeño, aun más empequeñecido por haberse fiado de lo efímero, de lo perecedero, por no haber cultivado su interioridad. Es el hombre dependiente y aún más dependiente de  esa común forma de comunicación global a través de las redes.

En estos momentos de incertidumbre, parece políticamente incorrecto ver más allá de lo que los ojos ven y saber que es necesario practicar la indiferencia, es decir el desapego hacia lo que puede morir.  Por supuesto que  no se trata de acostumbrarnos a una forma de vida carente de lo elemental, de aquello  que se daba por hecho, por siempre estar presente e  imperceptible en nuestras vidas.

Se trata de fortalecernos internamente, en tiempos en los que las irrealidades, las formas virtuales, las manipulaciones psicológicas, podrían acabar con nuestra también aparente solidez, llevándonos al peligroso terreno de la desesperanza, dejándonos  sin  las ganas de seguir luchando para construir aquellos que creemos merecer.
Willmary Comus

...sobreviviendo


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